La Agencia Americana del Medicamento (FDA en inglés) autorizó a principios de mes el aducanumab, el fármaco de la multinacional Biogen, que representa el primer medicamento aprobado contra el alzhéimer de los últimos veinte años. Este avance, no obstante, no ha estado exento de polémica. La propia comunidad científica ha mostrado sus reservas sobre la eficacia del Aduhelm, nombre comercial del fármaco. No en vano, la propia FDA otorgó la aprobación acelerada, pero solicitó a la farmacéutica que continúe con los ensayos clínicos. La propia Confederación Española de Alzheimer (CEAFA), que agrupa a las familias y al tejido asociativo en todo el territorio nacional, recibió el anuncio del laboratorio «con alegría» pues se trata del primer avance después de dos décadas.
Entonces, ¿qué sucede con el aducanumab? Para Elisabeth Sánchez, investigadora del Instituto de Biomedicina de Málaga (IBIMA) y del Centro de Investigación Biomédica en Red sobre Enfermedades Neurodegenerativas (CIBERNED), se trata sin lugar a dudas de un «hito científico» que abrirá «nuevos caminos» en la investigación sobre el alzhéimer. En su opinión, pese a las reticencias razonables de la comunidad científica porque no hay evidencias completas de sus beneficios, se trata de un primer paso. «Creo que es un punto de inflexión que abre camino a nuevos fármacos», explica. «La pandemia del Covid-19 nos ha hecho ver la necesidad de derivar recursos económicos hacia la investigación y creo que van a venir nuevos fármacos y que no vamos a tener que esperar otros veinte años», agrega esta experta, miembro del panel asesor científico de Camino de la Memoria.
Según explica Sánchez, el aducanumab es un anticuerpo monoclonal y, por tanto, «estamos ante una inmunoterapia». «Los fármacos que hemos tenido hasta ahora -abunda- eran sintomáticos, es decir, no retiraban del cerebro las proteínas tóxicas como el beta amiloide o el fosfo tau». «No procuraban mejorar las funciones del sistema inmune de nuestro cerebro, sino que compensaban un poco los niveles de moléculas de los neurotransmisores, por lo que continuaba la acumulación de beta amiloide o el fosfo tau y, en consecuencia continuaba la pérdida neuronal y con el tiempo estos fármacos dejaban de funcionar». «Lo que hace el aducanumab -añade- es que nuestro sistema reconozca las placas de beta amiloide tóxicas de nuestro cerebro y las vaya retirando poco a poco, algo parecido a las vacunas».
Ahora bien, para Elisabeth Sánchez la cautela de parte de la comunidad científica es razonable. «No podemos olvidar que el fármaco no superó los test de estadísticas en una primera fase». De hecho, Biogen llegó a renunciar al medicamento. Fue en una fase posterior cuando retomaron los ensayos con la inclusión de un nuevo grupo de pacientes, entre los que sí vieron algunos beneficios. «Y ahí fue cuando pidieron la autorización de la FDA».
«En noviembre de 2020, un comité de expertos independientes llamados por la agencia americana analizó los nuevos datos», detalla . «En esta ocasión se trataba de dos estudios en fase 3 de ensayo clínico, sobre unos 3.400 pacientes». Y esos expertos llegaron a la conclusión de que en uno de esos ensayos hay un 23% de mejora cognitiva. Sin embargo, en el otro ensayo clínico no hay mejora. «Por eso, diez de los once expertos decidieron que no había evidencias suficientes para que ese fármaco pueda mejorar el declive cognitivo». «Lo que sí es cierto es que en ambos ensayos el fármaco consigue retirar del cerebro las proteínas tóxicas, pero sólo en uno de ellos se ve que eso tenga una mejora a nivel de memoria de los pacientes», apunta la investigadora. A eso hay que añadir que los expertos sopesaron los numerosos efectos secundarios en el plano vascular, como sangrado cerebral, además de un gran consumo de recursos pues se calcula que costaría en torno a los 40.000-50.000 dólares por paciente. Por todos esos motivos, el comité de expertos decidió finalmente que los beneficios no compensan estos efectos adversos.
Pese al dictamen de este comité, la FDA optó sin embargo por seguir adelante con la aprobación del fármaco por la conocida como «vía corta o acelerada». Según explica Elisabeth Sánchez, es un mecanismo que tienen las agencias territoriales de medicamentos cuando «de manera excepcional, hay una enfermedad que provoca un grave problema sociosanitario, como es este caso del alzhéimer, y además no hay un fármaco en el mercado probado con capacidad para ir contra la patología». Es en estos casos cuando se puede proceder a aprobar de manera temprana mientras que un nuevo ensayo clínico se lleva a cabo porque se piensa que se van a obtener beneficios en un futuro. «Esto se ha hecho con otros fármacos contra el cáncer, por ejemplo, y se ha visto que ha proporcionado beneficios a la sociedad. La creciente presión social por el aumento de las demencias y del alzhéimer entre una población cada vez más envejecida ha podido empujar a la FDA a acelerar este procedimiento, pero no es la primera vez», esgrime. De hecho, la Agencia Europea del Medicamento también revisa la solicitud.
En síntesis, todo apunta a que se puede estar en el inicio de un nuevo camino. Tal y como recuerda Elisabeth Sánchez, «estas inmunoterapias han sido probadas por otros laboratorios y han fallado, puesto que es bastante complejo». «No se trata sólo de retirar las placas de beta amiloide de los pacientes. De hecho, en los laboratorios hemos visto también la existencia de placas en personas mayores con un envejecimiento sano, sin demencia». «Es decir, retirar las placas del cerebro no significa realmente que van a dejar de morir las neuronas. No se sabe por qué, pero es así. Dentro del cerebro hay regiones con distintos niveles de abeta y fosfo tau. Y no nos olvidemos de la inflamación. Antes se pensaba que teníamos una gran cantidad de células inflamadas, ahora estamos viendo que es una disfunción de estas células del sistema inmune las que quizá puedan estar agravando toda esta patología», concluye la experta.
En conclusión, «son otras hipótesis, otros fármacos dirigidos contra otras dianas. Y seguro que van a venir nuevos fármacos».